La sangre de Cristo limpia de todo pecado – es nuestra expiación. Pero antes que nada, es nuestra seguridad. Es la manera en que Dios se asegura de tener un pueblo listo para ser completamente liberado. Recuerde la noche de la Pascua, los Israelitas estaban a salvo pero no habían sido liberados todavía. Ellos aún tenían que enfrentar un Mar Rojo, un desierto, una guerra contra gigantes, unas murallas imponentes, y unas fortalezas enemigas.
Estoy convencido de que antes de poder pelear contra postestades y principados, de ser capaz de resistir pasiones y tentaciones (nuestros gigantes de hoy en día), debo tener conocimiento de que al estar cubierto por la sangre estoy
seguro. Por tanto, a pesar de no estar completamente liberado, me encuentro a salvo del juicio. Los enemigos de la carne me aguardan amenazantes, pero la sangre ha hecho de mí un soldado salvo.
Usted no puede luchar contra gigantes, derribar fortalezas, o hacer frente a circunstancias abrumadoras a no ser que tenga una certeza absoluta de estar cubierto por la sangre. No importa lo que diga mi corazón, no importa cuán culpable o condenado me sienta, no importa las voces que me susurren, ¡yo debo saber, sin duda alguna, que soy salvo! No voy a ir al juicio porque la sangre en la puerta de mi corazón me mantiene seguro ante Sus ojos.
Siempre estamos con dudas acerca de nuestra seguridad. Si Dios hubiese basado nuestra seguridad en el amor que le tenemos o en nuestros buenos actos, estaríamos en mayor peligro que aquellos que han quebrantado la ley pues bajo la gracia existe una demanda más alta. Dios debe quitarnos de las manos nuestra seguridad para que ésta se fundamente solamente en su misericordia y en su gracia. Una segurirdad no basada en nuestra devoción, ni en nuestra obediencia, ni en nuestra bondad – sino solamente en su misericordia. Obediencia y devoción son el resultado de nuestro amor por Cristo.
No fue el pan sin levadura que salvó al pueblo de Israel sino la sangre. Ningún Israelita “entró y salió” de su protección por alguna falla personal. Todos estuvieron a salvo hasta que pasó el juicio. La obediencia fue poner la sangre en el marco de la puerta. A nosotros se nos ha llamado a confesar y a confiar en la sangre redentora de Cristo.
Nunca fue la intención de Dios que Sus hijos vivieran en temor, con ansiedad o culpabilidad. Él ha preparado un descanso para ellos: la perfecta y absoluta seguridad de la sangre de su amado Hijo. Con este acto de gracia, Dios le estaba diciendo a Israel, “Ahora que ustedes ven que los he asegurado y los
he sacado del miedo al juicio, dejen que Yo libere sus cuerpos. Yo les di esa seguridad para hacerlos santos”.
El hecho inalterable es, que no hay ni una cosa que se pueda añadir a la sangre de Cristo para hacernos más seguros. La sangre nos ampara perfectamente haciéndonos aceptados ante Dios y librándonos de Su ira. El apóstol Pablo declara “Con mucha más razón, habiendo sido ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9).
David Wilkerson
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