Por Carlos Rey
Una anciana y su nietecito pasaron juntos el día en el zoológico. El pequeño tenía la cara salpicada de pecas. Había muchos niños haciendo cola para que un artista local les pintara garras de tigre en la cara.
—¡Tú tienes tantas pecas que no hay lugar donde pintar! —le dijo una niña.
El niño, avergonzado, agachó la cabeza. Su abuelita se arrodilló a su lado.
—A mí me encantan tus pecas. Cuando yo era niña, siempre quería tenerlas —le dijo, mientras acariciaba con el dedo las mejillas del pequeño—. ¡Las pecas son muy bonitas!
El niño alzó la vista.
—¿De veras? —preguntó.
—Claro que sí —le contestó la abuela—. A que no me puedes mencionar una sola cosa que sea más bonita que las pecas.
El niño lo pensó por un momento, miró detenidamente a su abuela, y le susurró al oído:
—Las arrugas.
El niño seguramente no lo sabía, pero la sabiduría de su ocurrente respuesta estaba apoyada por el viejo refrán que dice: «El diente miente; la cana engaña; pero la arruga no ofrece duda.»1
A muy temprana edad, aquel niño ya había aprendido el valor que tienen el cariño, la ternura, la experiencia y la paciencia de los ancianos. El refrán lo da por sentado. No hace más que distinguir entre las señales auténticas y las señales engañosas en lo tocante a la vejez. Porque es cierto que la dentadura no es señal segura. Hay quienes tienen dientes muy malos en cuerpo muy joven. Y también es cierto que las canas tampoco comprueban la edad. Hay quienes tienen canas prematuras, que dan la impresión de que tienen muchos años más que los que quisieran aparentar. En cambio, las arrugas difícilmente aparecen si no es con el paso de los años. De ahí que el refrán diga que «la arruga no ofrece duda».
Así como no debemos burlarnos de los rasgos físicos negativos de los demás, tampoco debemos alabar al extremo sus cualidades físicas positivas, como se hace en los concursos de belleza. ¿Acaso tienen las personas más bellas algo que ver con el atractivo físico que han heredado? Concentrémonos, más bien, en elogiar las cualidades morales y espirituales positivas que cada cual va cultivando con esfuerzo personal. Sigamos el consejo del apóstol Pablo: Asegurémonos de «que [nuestra] amabilidad sea evidente a todos.... [Consideremos] bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio». De hacerlo así, «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará [nuestros] corazones y [nuestros] pensamientos en Cristo Jesús».2
1 Refranero general ideológico español, compilado por Luis Martínez Kleiser (Madrid: Editorial Hernando, 1989), p. 220.
2 Fil 4:5,7,8
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