“Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda” (juan5:8). El hombre paralítico en el estanque de Betesda pudo haber escuchado con entusiasmo historias de Jesús sanando por toda la región. Él pudo haber escuchado otras historias de Jesús, pero él no lo conocía personalmente. Él estaba atrapado en su enfermedad y no reconoció al Señor. ¡Pero Jesús conocía todo sobre él! Jesús había venido a él en medio de su miseria y de su pena, ¡y la misericordia estaba a punto de surgir! El Señor se enterneció por los sufrimientos de la enfermedad de este pobre hombre, y todo lo que él le pidió que hiciera fue creer en su Palabra y actuar de acuerdo a ella. “¡Levántate! ¡Toma tu camilla! ¡Aléjate de esta escena!”
Más tarde, después de la sanidad de este hombre, Jesús lo encontraría en el templo y hablaría con él. Él conocería a Jesús y confiaría en él. Pero ahora, acostado en el estanque desamparado y desesperado, él enfrentó la decisión más grande de todos sus años de dolor. Una palabra de resurrección y esperanza había venido a él, y estaba siendo confrontado: ¡Levántate por fe, o échate ahí compadeciéndote y muere en soledad!
El hombre pudo haber continuado acostado junto al estanque en incredulidad, rehusando moverse, pensando dentro de sí “No funcionará. ¿Por qué Dios me elegiría a mí entre toda esta multitud para sanarme? Es mi destino morir en esta situación”. Jesús no podría haberlo levantado en contra de su voluntad. Este hombre tenía que creer que su clamor había sido escuchado y
que su tiempo para ser liberado había llegado. ¡Era ahora o nunca!
“Respondió entonces Jesús y les dijo [a los Judíos]: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente, porque el Padre ama al Hijo y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas les mostrará, de modo que vosotros os admiréis” (Juan 5:19-20).
En esencia, Jesús estaba diciendo a los incrédulos, “Mi Padre quería sanarlo, así que lo sané. Yo hago sólo la voluntad de mi Padre.” Era la voluntad de Dios, el amor de Dios, el deseo de Dios, que este hombre fuese completamente curado.
¡Es difícil creer que Dios todavía lo ama cuando usted está abatido y débil! Cuando los años han sido malgastados; cuando el pecado ha lisiado su cuerpo y su alma; cuando usted se siente sin ningún valor y piensa que disgusta a Dios, y se pregunta por qué él se importaría de usted. Se necesita una fe como de niño para poder aceptar ese amor, y con fe decir, “¡Señor, sólo por tu palabra, me levantaré y andaré – contigo!”
Usted no tiene que entender todas las doctrinas sobre el arrepentimiento, el pecado y la rectitud. ¡Puede que usted no conozca a Jesús de una manera profunda y significativa! Pero hay tiempo para eso; todo le podrá ser conocido si usted toma el primer paso de obediencia, se levanta, y va hacia el Señor.
“El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios.” (Juan 7:17).
David Wilkerson.
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