¿Quién de nosotras no disfruta de una hermosa tarde al calor del sol para que nuestra piel quede brillante y nosotras llenas de energía? O, mejor aún, ¿quién no disfruta de unas horas extras en un centro de belleza, donde tratarnos la piel, el cabello y refinar nuestras manos?
Tal vez eres visitadora frecuente de estos lugares que tan bien nos dejan y hasta nos hacen sentir como nuevas. Es interesante pensar cuánto tiempo y dinero algunas mujeres invierten en cuidar su imagen exterior, incluido su guardarropas o vestuario, pero qué poco tiempo invierten en cuidar su corazón.
El corazón, se sabe, es el asiento de las emociones y de la voluntad de las personas. Es por ello que cuando pensamos en el corazón, pensamos en el espejo del alma, el espejo de lo que realmente somos.
En ocasiones nuestro corazón está manchado, deteriorado, dolido por preocupaciones y los problemas del diario vivir. En otros momentos se encuentra tomado por una terrible enfermedad como la vanidad y el egoísmo. ¡Qué mal nos vemos entonces! No olvidemos que el corazón es el espejo de nuestra alma.
¿Cómo te gusta verte al espejo?
Ya lo dice la Biblia: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida. Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida" (Proverbios 4:23).
La sabiduría, el cuidado y el amor de Dios por nosotras son infinitos; por ello, desde tiempos antiguos, estas palabras nos llegan con el ánimo pronto para detenernos a revisar lo que habita en nuestro corazón.
Y no es necesario hacer nuestra propia lista, pues todas en algún momento nos identificamos con parte de lo que Jesús hacía notar a sus seguidores: "Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos... maldades, engaños, sensualidad, envidia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre" (Marcos 7:21).
¡Ésta sí que es una fantástica radiografía del corazón! Tal vez no te habías puesto a pensar que el corazón también necesita pasar por un centro de embellecimiento. Y aquí mismo está su tratamiento:
En primer lugar, será necesario que enfoques tu vista en Dios: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente" (Mateo 22:37). Él te ama desde siempre. Por ello prolonga tu vida.
Cuando vuelvas tu corazón a Dios, verás las situaciones de la vida con sus ojos, las vivirás desde su óptica. Podrás levantarte cada mañana y agradecer todo lo bueno del día, y poner en Él todas tus preocupaciones. Tus fuerzas serán nuevas, pues Él mismo nos promete que los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas y también la mente: "Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar. Así podrán saber qué es lo que Dios quiere, es decir, todo lo que es bueno, agradable y perfecto" (Romanos 12:2).
En segundo lugar, el enfocar la vista en Dios hará que nuestra preocupación no esté solamente en nuestra persona, nuestra estética, nuestros gustos y deseos. Nuestro corazón se expandirá, recibirá la alegría que hay en amar a nuestro prójimo como a nosotros mismas. ¿Quién no ha sentido alegría en su corazón cuando ha podido ser de ayuda a otra persona? Tal vez una palabra que alentó; un abrazo que consoló; una mano que sostuvo, que compartió caramelos con un niño, ropa con la vecina necesitada... Y cuando lo haces una vez, tu corazón te pedirá hacerlo una y otra vez.
Transitamos por un mundo que mayormente cuida la estética de su persona exterior, la estética de su casa, de sus jardines, de los espacios públicos, pero que poco cuida la estética de su corazón.
¿Cuándo te miras al espejo - pero al espejo de tu alma - a quién te gustaría ver?
¿Cuándo miras el reflejo de tu alma, a quién reflejas realmente?
Los escritos antiguos registran estas palabras que salían del mismo corazón de Dios:
"No mires á su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desestimo; porque Dios mira no lo que el hombre mira; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Dios mira el corazón. He hallado a ... un varón conforme a mi corazón" (1 Samuel 16:7).
Cuando Dios te mira, mira tu corazón.
Gabriela Evangelina Jaime de Riva
No hay comentarios:
Publicar un comentario