Todos buscan lo suyo propio,
no lo que es de Cristo Jesús.
Filipenses 2:21.
Habrá hombres amadores de sí mismos.
2 Timoteo 3:2.
«Yo», pequeña palabra de dos letras, está fundada sobre tres pilares llamados egoísmo, orgullo y voluntad propia. El yo en los demás es fácil de identificar, y no tenemos problemas para juzgarlo. Creyentes, aprendamos a reconocerlo cada vez que aparezca en nosotros, y rechacemos sus exigencias para que ceda el lugar al Señor Jesús, a su amor y a sus derechos.
Pablo, mediante una verdad manifiesta, hace el retrato moral del hombre de los últimos tiempos (2 Timoteo 3:2-7). El primer rasgo es el egoísmo, del que a fin de cuentas proceden todas las tristes tendencias enumeradas a continuación: la avaricia, la ingratitud, etc. ¡Cuán humillante es para los creyentes mostrar tan a menudo ese miserable egoísmo, en vez del verdadero amor divino que no piensa en sí mismo! No debo esperar de mi prójimo manifestaciones de amor; al contrario, la Biblia me exhorta a que sea yo quien le manifieste amor. El amor se pone al servicio de los demás, mientras que al egoísmo le gusta ser servido.
En Cristo, al contrario, ni un acto ni una palabra estaban dictados por el egoísmo. No sólo no “se agradó a sí mismo” (Romanos 15:3), sino que se dio a sí mismo por nosotros, para limpiarnos de nuestros pecados. A todo el que cree en Jesús, él da la vida eterna y le muestra el camino para seguirle. Contemplar a Jesús e imitarlo, en vez de estar ocupado de mi reputación, es el único remedio eficaz contra mi horrible egoísmo.
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