Era su primer día en casa, y nuestro primogénito dormía tranquilamente en su cuna. Colocó sus pequeñas piernas debajo de su estomago y su cabeza descansaba a un lado. Era tan precioso, estaba tan quieto, tan silencioso. “¿Estará todavía respirando?” me pregunté. Tenía que poner mi mano encima de su espalda para sentir el subir y bajar de sus pulmones y el latido de su corazoncito. Así empecé mi vida de mamá–angustiándome por todo. Cada etapa de la vida de mi hijo ha tenido sus “oportunidades” de preocuparme. ¿Va a caerse y golpear la cabeza? ¿Aprenderá a leer? ¿Evitará las drogas? ¿Encontrará una buena esposa? ¿Terminará su carrera? ¡Ay!, ¡qué adicción he tenido a la preocupación por mi hijo!
Claro que mientras crezcan nuestros hijos, tenemos que vigilar por su salud y seguridad. Queremos lo máximo para ellos. Es normal preocuparnos por el bien de ellos, pero hay maneras saludables de mostrar la ansiedad que sentimos y maneras que no ayudan en nada. Es saludable orar con constancia por nuestros hijos. Necesitan instrucción y corrección. Cuando están pequeños, por ejemplo, es importante tomarles de la mano para cruzar un camino peligroso. Pero a veces, en el afán de protegerlos, podemos caer en la trampa de la “sobre-protección”. Tanto como el rey Saúl en la historia de David y Goliat en I Samuel 17:33, podemos ver la juventud e inexperiencia de nuestros hijos y pensar que no pueden ante los situaciones difíciles que enfrentarán. Cómo Saúl podemos ofrecerles armadura a nuestros hijos que no son las más adecuadas para poder vencer gigantes.
Hay varias maneras de sobre-proteger a los muchachos. A veces intentamos resolver todos los problemas por ellos. Estamos tan prontos a intervenir para ellos que no les dejamos la oportunidad de analizar su propia situación ni de aprender de sus errores. O nos encargamos de ponerles una armadura pesada de reglas, reglas y más reglas con la intención de protegerlos de cualquier peligro.
La armadura de Saúl, sin duda, era una armadura excelente, pero no era apta para el muchacho David. Así es con algunos de nuestros intentos de proteger a nuestros hijos. Por buenas que sean nuestras intenciones, sobre-protegiendo a los muchachos no los prepara para enfrentar los grandes problemas de la vida. Y el intento de hacer una regla para cada peligro potencial es imposible—sería una lista sumamente larga y pesada.
I Samuel 17:39-40 dice: “y dijo David a Saúl: Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué. David echó de sí aquellas cosas. Y tomó su cayado en su mano, y escogió cinco piedras lisas del arroyo, y las puso en el saco pastoril, en el zurrón que traía, y tomó su honda en su mano, y se fue hacia el filisteo.”(VRV) David no pudo con la armadura de Saúl, sino que tomó las cosas con las cuales estaba acostumbrado y siguió adelante para enfrentar al gigante, Goliat. Su confianza estaba en Dios (“Jehová te entregará hoy en mi mano… 1 Samuel 7:46¨) y en las habilidades que había desarrollado durante toda su vida.
Lo que era verdad para David es verdad para nuestros hijos también. Ellos pueden vencer las tentaciones y peligros gigantescos que quieren destruirlos. No necesitan la armadura pesada de padres sobre-protectores ni de una lista infinita de reglas. Ellos necesitan confianza en Dios y en las habilidades que desarrollan durante toda su vida. ¿Cuáles habilidades necesitan? La armadura de Dios que se encuentra en Efesios 6:13-17 es un resumen bastante completo de las cualidades de una persona que es capaz de enfrentar con éxito los desafíos de la vida.
#1 La verdad—Los muchachos necesitan entender qué es la verdad. Necesitan creer la verdad y vivir la verdad. El habito de decir la verdad y vivir con transparencia les ayudará a “resistir en el día malo”. Aprender que cuando uno vive y habla la verdad, otros tienen confianza en uno. Desarrollan la habilidad de discernir cuando otros están hablando y viviendo lo que es de acuerdo con la verdad.
#2 La justicia—Una persona justa hace lo que es correcto y bueno, aún cuando le cuesta. Se desarrolla la justicia cuando son responsables por sus decisiones y experimentan las consecuencias apropiadas de sus errores. Cuando reciben el beneficio de la gracia y misericordia entienden que son regalos, no derechos. Aprenden la justicia cuando tienen oportunidades de mostrar compasión a otros, especialmente cuando lo hacen con sacrificio personal.
#3 El evangelio de la paz—La palabra evangelio quiere decir buenas nuevas. El evangelio es bueno porque es esencial para la vida eterna, pero también por la transformación de la vida ahora. Cuando los muchachos tienen oportunidades de involucrarse en ministerio de acuerdo con sus habilidades e intereses, aprenden que, en verdad, hay gozo en servir a Cristo. Efesios habla de ser calzado con el apresto del evangelio de la paz. Da la idea que el evangelio es algo que va con uno en su caminar diario. La palabra paz enfatiza la idea de que el evangelio resulta en una vida que está en una relación correcta con Dios y que hace su parte para estar en paz con otros.
#4 La fe—No es fe en la idea de fe, ni fe en cualquier cosa, sino fe en el Dios verdadero. David pudo confiar en Dios para enfrentar a Goliat, porque tenía la experiencia de confiar en Dios para enfrentar leones y osos. Como David, nuestros hijos pueden confiar en las promesas de Dios cuando enfrenten las gigantescaz luchas de la vida cuando han practicado su fe en cosas más pequeñas.
#5 La salvación—Su hijo tiene que recibir su propio “yelmo” de salvación. No puede apoyarse en tener padres cristianos.
#6 La espada del Espíritu que es la palabra de Dios—¡Qué bendición cuando un joven o una joven ama la palabra de Dios, que la examina, medita en ella y vive de acuerdo con sus enseñanzas. Un soldado de Dios no usa su espada para destruir y matar sino para guiarse en la vida y para amar y ayudar a otros.
David confió en Dios y usó su cayado, su honda y cinco piedras lisas para vencer a Goliat. Pudo hacerlo porque había desarrollado su fe y sus habilidades toda su vida. Igualmente, nuestros hijos pueden desarrollar la fe y las habilidades y disciplinas necesarias para vencer a las gigantes tentaciones y pruebas de la vida. Es normal que los padres se preocupen por sus hijos—en todas las etapas de la vida. Pero no les ayudamos en nada si intentamos protegerles con una armadura que no es la adecuada. Nuestros hijos necesitan la armadura de Dios para “poder resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.”
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