11 de abril de 2011

Riesgos específicos del liderazgo

por J. Oswald Sanders

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Aunque todos los oficios tienen sus riesgos, los peligros que acechan al líder espiritual son especialmente sutiles. De ninguna manera es inmune a las tentaciones de la carne, pero los peligros contra los cuales más debe protegerse son de tipo espiritual. El líder debe recordar que Satanás, su enemigo constante, tomará ventaja de cada centímetro de terreno que ceda en cualquier área de su vida.

Orgullo

El hecho mismo de que una persona ha llegado a una ocupar posición de liderazgo y notoriedad tiende a llevar a la auto-felicitación secreta y el orgullo. Si esto no es controlado, le descalificará de crecer en el servicio del reino, ya que El SEÑOR detesta a los orgullosos (Proverbios 16:5 NTV). Nada desagrada a Dios más que el orgullo personal. Ese pecado, el primero y fundamental, esencialmente consiste en ponerse uno mismo en el trono en lugar de poner a Dios en ese lugar. Ese fue el pecado que transformó al querubín ungido, guardián del trono del Dios, en el enemigo que reina en el infierno, y causó su expulsión del cielo.

De las miles de manifestaciones de ese pecado, ninguna es más aborrecible que el orgullo espiritual. Enorgullecerse de los dones espirituales que Dios nos ha dado o de la posición en que por Su amor y gracia nos ha puesto, es olvidarse que la gracia es un don y que todo lo que tenemos lo hemos recibido.

El orgullo es un pecado del cual la víctima no toma conciencia fácilmente. Sin embargo, hay tres pruebas que nos ayudarán a evaluar si hemos caído o no.

1.- La prueba de la precedencia

¿Cómo reaccionamos cuando otro es elegido para la tarea que esperábamos o para el puesto que deseábamos; cuando otro es promovido y nosotros permanecemos en nuestro puesto; cuando los dones y logros de otro son más evidentes que los nuestros?

2.- La prueba de la sinceridad

En nuestros momentos de auto evaluación personal diremos muchas cosas de nosotros mismos, y realmente las creeremos. ¿Cómo nos sentimos cuando otros, especialmente nuestros rivales, dicen exactamente las mismas cosas de nosotros?

3.- La prueba de la crítica

La crítica, ¿despierta hostilidad y resentimiento en nuestro corazón y nos lleva directamente a la auto justificación? ¿Criticamos al crítico enseguida?

Debemos evaluarnos en comparación a la vida de nuestro Señor, quien se humilló a sí mismo aun hasta la muerte en la cruz. Entonces, si somos sinceros, nos abrumarán la pobreza y aun la vileza de nuestro corazón.

Celos

Los celos son parientes cercanos del orgullo. La persona celosa es aprensiva y sospecha de los rivales. La tentación le vino a Moisés por medio de la lealtad de sus propios colegas.

Sin embargo, dos hombres, Eldad y Medad, se habían quedado en el campamento. Ellos estaban incluidos en la lista de los ancianos, pero no se presentaron en el tabernáculo. Aun así, el Espíritu también se posó sobre ellos y profetizaron allí en el campamento. Un joven corrió e le informó a Moisés: «¡Eldad y Medad están profetizando en el campamento!» Entonces Josué hijo de Nun, que era ayudante de Moisés desde su juventud, protestó: «Moisés, mi señor, ¡detenlos» (Números 11:26-28 NTV).

Estos dos asistentes habían comenzado a profetizar, y los seguidores leales de Moisés estaban celosos en su nombre cuando ellos usurparon sus prerrogativas proféticas y desafiaron su prestigio.

Sin embargo, la envidia y los celos no eran parte de la naturaleza generosa del hombre que hablaba con Dios cara a cara. Tales asuntos podían ser confiados al Dios que le había llamado.

«Pero Moisés respondió: “¿Estás celoso por mí? Ya quisiera que todos los del pueblo del SEÑOR fueran profetas y que el SEÑOR pusiera su Espíritu sobre todos» (Números 11:29 NTV).

El líder que es celoso de la gloria de Dios no debe preocuparse por su propio prestigio y sus derechos. Están seguros en las manos de Dios.

Popularidad

Siempre habrá quienes dan respeto fuera de lugar a sus líderes y consejeros espirituales y tendrán la tendencia de exaltar a uno sobre otro.

Esa práctica era común en Corinto y causó que Pablo escriba: «Cuando uno de ustedes dice: “Yo soy seguidor de Pablo” y otro dice: “Yo sigo a Apolos”, ¿no actúan igual que la gente del mundo? Después de todo, ¿quién es Apolos?, ¿quién es Pablo? Nosotros sólo somos siervos de Dios mediante los cuales ustedes creyeron la Buena Noticia. Cada uno de nosotros hizo el trabajo que el Señor nos encargó. Yo planté la semilla en sus corazones, y Apolos la regó, pero fue Dios quien la hizo crecer. No importa quién planta o quién riega, lo importante es que Dios hace crecer la semilla. El que planta y el que riega trabajan en conjunto con el mismo propósito. Y cada uno será recompensado por su propio arduo trabajo. Pues ambos somos trabajadores de Dios» (1 Corintios 3:4-9 NTV).

El respeto exagerado a los líderes de la iglesia es señal de inmadurez espiritual y carnalidad. La aceptación de tal deferencia por parte del líder es evidencia de la misma debilidad. Pablo estaba ofendido por este tipo de adulación y la rechazaba vigorosamente. No está mal ser amado sinceramente por quienes uno sirve con fervor, pero siempre se corre el peligro de que esa devoción sea dirigida al siervo en lugar de al Maestro. Los líderes espirituales deben ser amados sinceramente por la obra que hacen, pero ese amor no debe degenerar en adulación.

El líder más exitoso es aquel cuyos seguidores aman más a Cristo que a él mismo. Le alienta ver que su servicio ha dado fruto y ha sido apreciado, pero rechaza que se lo ponga en un pedestal.

¿Qué líder o predicador no desea ser popular entre su gente? Ciertamente la falta de popularidad no es un gran beneficio, pero la popularidad puede ser conseguida a un precio demasiado alto. Jesús lo hizo bien claro cuando dijo, «Qué aflicción les espera a ustedes, los que son elogiados por las multitudes» (Lucas 6:26 NTV). En otra parte dijo «Dios los bendice a ustedes cuando la gente les hace burla y los persigue y miente acerca de ustedes y dice toda clase de cosas malas en su contra porque son mis seguidores». (Mateo 5:11 NTV).

El obispo Stephen Neill dijo, en un mensaje a estudiantes de teología, «La popularidad es el estado espiritual más peligroso que uno se puede imaginar, ya que lleva tan fácilmente al orgullo espiritual que ahoga a los hombres en la perdición. Debemos observarla con ansiedad ya que a menudo ha sido conseguida a un precio demasiado alto de transigencia con el mundo».

El éxito expone al hombre a la presión del pueblo. De tal manera lo tienta a mantener lo que ha ganado por medio de métodos y prácticas carnales. Entonces puede dejarse gobernar completamente por las demandas dictatoriales de la expansión continua. El éxito se me puede ir a la cabeza a menos que recuerde que es Dios quien hace la obra, que Él puede continuar la obra sin mi ayuda, y que Él puede lograr sus objetivos con otros medios cuando me tenga que aminorar a mí.

Infalibilidad

La espiritualidad no equivale a la infalibilidad. Si una persona tiene el Espíritu Santo y desea ser guiada por el Espíritu sin duda cometerá menos errores que quienes no tienen este recurso. De todas maneras, como todavía está en la carne, no es infalible. Aun los apóstoles, llamados por Dios y llenos del Espíritu, cometieron errores que Dios tuvo que corregir.

El líder que conoce a Dios, y probablemente lo conoce mejor que sus colegas, está en peligro de caer, inconscientemente, en esta trampa sutil. Piensa que su juicio ha sido más correcto que el de otros, porque ha orado y pensado y luchado con el problema más profundamente que ellos, es difícil para él admitir que puede cometer un error y ceder ante el juicio de sus hermanos. Debe ser un hombre de convicción y estar preparado para defender lo que cree, pero eso es diferente de suponer que es infalible. Estar dispuesto a conceder la posibilidad de un error en su propio juicio y someterse a la opinión de los hermanos aumenta su influencia en lugar de disminuirla.

Euforia y depresión

En toda obra de Dios hay tiempos de desaliento y frustración al igual que hay épocas de entusiasmo y éxito. El líder está en peligro de deprimirse indebidamente con el uno y entusiasmarse en forma desmedida con el otro. Los setenta discípulos volvieron de su misión muy entusiasmados con su éxito. Jesús rápidamente limitó esta reacción natural pero inmadura. «Pero no se alegren de que los espíritus malignos los obedezcan; alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo» (Lucas 10:20 NTV). Dirigió su atención al fin del ser exaltado que permitió que se le suba el privilegio a la cabeza. «Vi a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lucas 10:18 NTV).

Luego de la confrontación en el monte de Carmelo, Elías experimentó tal depresión que deseaba morir. El Señor no confrontó a este profeta cansado, centrado en sí mismo, con un examen espiritual. Le hizo dormir bien dos noches y comer dos buenas comidas. Sólo entonces comenzó a tratar con el problema espiritual más profundo. Pudo mostrarle a Elías que no había una buena razón para su desaliento. Todavía había siete mil de sus compatriotas que no habían adorado a Baal. Al huir, él había privado a la nación del liderazgo que necesitaba desesperadamente.

Es realista darnos cuenta de que no se llevarán a cabo todos nuestros ideales para la obra de Dios. Los ídolos amados demuestran tener pies de barro. Las personas en quienes nos apoyamos serán débiles. Aun los líderes que se han sacrificado profundamente a veces serán desafiados. Pero el líder espiritualmente maduro sabrá discernir el verdadero origen del desaliento y la depresión y tratará con ellos como corresponde.

También hay épocas en que todo va bien. Los objetivos son alcanzados, los esfuerzos planeados son exitosos, el Espíritu obra, hay almas que reciben salvación, y los santos son bendecidos. En esos tiempos el líder maduro sabe a quién darle la corona del éxito. Cuando Robert Murray McCheyne experimentó tiempos de bendición en su ministerio, al regreso del servicio se arrodillaba y simbólicamente coronaba al Señor por el éxito, ya que en realidad el éxito era del Señor. Esa costumbre le ayudó a no caer en la trampa de tomar para sí mismo la gloria que le pertenecía solamente a Dios.

Samuel Chadwick resumió la actitud sabia frente a ese peligro en estas palabras: «Con el éxito, no se haga alarde; con la derrota, no se deprima».

¿Profeta o líder?

Un predicador que posee dones de liderazgo puede llegar a un momento en su iglesia u organización en que debe elegir entre ser líder popular o profeta impopular. Tal dilema fue explicado por el Dr. A.C. Dixon, pastor de la Iglesia Moody en Chicago, y luego pastor del Tabernáculo de Spurgeon en Londres:
«Todo predicador debe ser principalmente un vocero de Dios que predica lo que Dios le pide sin considerar los resultados. Cuando es consciente de ser un líder en su iglesia o denominación ha llegado a una crisis en su ministerio. Debe elegir uno de dos rumbos: ser vocero de Dios o ser líder de hombres. Si desea ser profeta y líder, probablemente fracase en ambas cosas. Si decide ser profeta en cuanto no menoscabe su liderazgo, se convierte en una persona diplomática y deja de ser profeta por completo. Si decide mantener el liderazgo a cualquier precio, fácilmente cae en ser como un político que maneja las cosas para lograr o mantener un puesto».

Por cierto no hay una dicotomía tan marcada entre los dos roles como sugiere el Dr. Dixon, y una cosa no necesariamente excluye la otra. Pero puede ocurrir una situación en que uno debe elegir entre un ministerio espiritual y un liderazgo que no permite este ejercicio. Aquí está el peligro.

El Dr. Reuben A. Torrey, a quien Dios usó al comienzo del siglo para el avivamiento de la mitad del mundo, tuvo que luchar con tal decisión. El Dr. Dixon dijo de él:
«Los miles que han oído al Dr. Torrey conocen tanto al hombre como su mensaje. Ama la Biblia, y creyendo que es la infalible Palabra de Dios, la predica con gran convicción. Nunca transige. Optó por ser un profeta de Dios en lugar de ser un mero líder de hombres, y ése es el secreto de su poder con Dios y los hombres».

Samuel Logan Brengle fue uno de los grandes líderes del Ejército de Salvación. Siendo un hombre de estudios además de tener increíble poder espiritual, describió el camino a la autoridad espiritual y al liderazgo en estas palabras:
«No se logra por promoción, sino por medio de muchas oraciones y lágrimas. Es el resultado de la confesión del pecado, de mucha búsqueda de corazón y humildad ante Dios, de someterse, de un sacrificio valeroso de todo ídolo, de abrazar la cruz con valor, sin transigir ni quejarse, y de tener la mirada constantemente puesta en Jesús crucificado. No se logra buscando grandes cosas para nosotros mismos, sino, como Pablo, considerando las cosas que consideramos provechosas como si fueran basura para Cristo. Este es un gran precio, pero debe ser pagado sin dudar por aquél que desea ser no simplemente un líder de nombre sino un líder espiritual verdadero, un líder cuyo poder es reconocido y sentido en el cielo, la tierra y el infierno».

Tomado de Liderazgo Espiritual por J.Oswald Sanders. (c) 1967, 1980. Instituto Bíblico Moody de Chicago, Moody Press. Usado con permiso.

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