11 de enero de 2010
Mis Reflexiones sobre María - Periodico El Impulso 26/12/2009 - por Vinicio Guerrero Méndez
Muchas veces me he preguntado por qué hoy se interpone el mal sobre el bien. Recuerdo que alguien dijo que la causa del mal era la ausencia de bien. Entiendo que el mal es uno solo y no tiene ramales; por su parte el bien es más poderoso porque tiene su origen en Dios, pero cuando nos dividimos se debilita.
Es el caso de tantas religiones y cultos de idolatría que no nos permiten unificar nuestra fuerza a quien verdaderamente van dirigidas y es a Dios el creador del universo, a quien solo llegarán nuestras súplicas cuando la invoquemos por medio del único camino a él: Nuestro Señor Jesucristo. Hoy Israel está pagando la idolatría de sus ancestros durante los cuarenta años en el desierto.
Fijemos esta verdad, Jesús no nos pide que le pidamos a él sino que en su nombre pidamos a Dios nuestro Señor y nos será dado (Juan 16:23), ciertamente nos dice que hasta ahora no hemos pedido nada (Juan 16:24) y es verdad porque las súplicas las hacemos a quien no debemos, es el caso de María nuestra adorable Madre, No es María a quien debemos pedir ni siquiera para que interceda ante nuestro Dios, es a Jesús a quien corresponde esta gracia. Recordemos que fue al evangelista Juan a quien correspondió por pedido de Jesús la manutención de María y siendo Juan quien le dispensó los cuidados es de suponer que también le dio santa sepultura. “Quien viene de arriba está por encima de todos. Quien viene de la tierra es terreno y habla de cosas terrenas” (Juan 3:31) ¿que dónde esta María? Solo Juan lo debió saber, pero lo curioso es que Juan no la anuncia en ninguna de sus tres cartas.
Amo profundamente a María pero sólo debo mostrarle veneración por haber llevado a cabo tan delicada misión de dispensar los cuidados exigidos por nuestro Señor a su hijo amado, mucho más por los dolores que padeció a raíz de su muerte pero aún así siento que María hoy sufre más que la muerte de su hijo la idolatría de la que la hemos hecho objeto.
No halla la manera de decirnos que no le pidamos nada a ella debido a que sólo fue la servidora del Señor y lo hizo con profundo amor, pero nosotros la hemos idolatrado tanto que nos olvidamos de Dios y del mismo Jesús con la santa intención, digámoslo así, de creer que por intermedio de ella llegaremos a Jesús, si así hubiera sido Jesús nos lo hubiera dicho pero el solo nos dejo este mensaje: Yo soy el camino la verdad y la vida: nadie va al Padre sino por mi (Juan 14:6), y yo haré todo lo que pidan en mi nombre para que por medio del hijo se manifieste la gloria del Padre (Juan 14:13). Nadie ha subido al cielo sino es el que bajo del cielo: el Hijo del hombre (Juan 3:13). Le recuerda a Satanás en el desierto ¡Aléjate Satanás! porque esta escrito: Al Señor tu Dios adoraras, a él solo darás culto. (Juan 4:10).
Como podemos ver Jesús no pide idolatría sino para Dios, entonces ¿por qué idolatramos a María y no a Dios? El santo rosario puede ser verdad pero ¿creeremos más en la palabra del hombre que en la de Jesús? Es verdad, Jesús adelantó los acontecimientos por María cuando hizo su primer milagro e incluso se lo recordó: ¿Que quieres de mi mujer? “aún no ha llegado mi hora” (Juan 2:4).
En suma nuestra virgencita nos implora que invoquemos al cielo solo a Dios nuestro Señor en el nombre de su hijo Jesús. “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2:5).
Ahora bien, si debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestra mente y con todas nuestras fuerzas, ¿dónde encontraremos lugar para alguien más? Si amamos así a Dios, quizás un buen día Jesús nos diga como al letrado: “no estas lejos del Reino de Dios”.
Advertencia: No es mi intención diatribas con ningún ente religioso. Recalco es solo mi reflexión personal versada de la propia Biblia. De hecho en ningún caso menciono palabra alguna de ofensa hacia esta santa mujer sino de respeto y amor. Anticipo disculpas si llegare a causar desilusión o molestia en algún mariano.
Afectuosamente,
Imperfecto.
2 de enero de 2010
CUARENTA Y UN AÑOS CON UN MUERTO
Fue muy severo el diagnóstico del médico: «Usted, señora, ha perdido su bebé, y lo más probable es que nunca más tendrá hijos.» La joven mujer, de apenas veintiún años de edad, se resignó a su suerte. Había perdido su primer bebé, como también las esperanzas de ser madre algún día.
Durante cuarenta y un años Irene McCarthy pensó en el hijo que había perdido. Lo llevó en sus sueños, lo llevó en sus lágrimas, lo llevó en su corazón. Pero sin darse cuenta, lo llevó también en el vientre.
Cuando cumplía sesenta y dos años de edad, a esta mujer canadiense, normalmente muy saludable, la operaron del vientre por otro motivo. Fue entonces que le hallaron el feto petrificado. Había llevado su hijo muerto durante más de cuatro décadas.
Aunque no es común en los anales médicos, ha habido casos de mujeres a quienes se les ha muerto el feto en el vientre y han pasado meses, o hasta años, antes de descubrirse el problema. El caso de Irene McCarthy es único por la enorme cantidad de años que llevó a su hijo muerto en sus entrañas: ¡cuarenta y uno!
Lo que sí es común son las personas, hombres y mujeres, que si bien no llevan un hijo muerto en las entrañas, llevan virtudes, valores morales, honor e integridad muertos. Llevan dentro de sí una conciencia muerta, en algunos casos no durante pocos años sino toda la vida.
Bien lo cantó el poeta español: «No son muertos los que yacen en la tumba fría; muertos son los que llevan muerta el alma, y viven todavía.»
Vivir sin conciencia es vivir muertos. Vivir sin temor de Dios es vivir muertos. Vivir sin respeto y reverencia a las normas divinas es vivir muertos. Vivir sin Cristo, fuente de verdadera vida, es vivir muertos. Vivir sin Dios —dice el apóstol Pablo—es vivir «muertos en sus transgresiones y pecados» (Efesios 2:1).
Jesucristo vino al mundo para ofrecer vida auténtica, vida verdadera, porque vivir sin Él es llevar dentro un cadáver. Uno de los milagros más sobresalientes en el ministerio de Jesús fue la resurrección de Lázaro en Betania. Es sobresaliente porque Jesús tomo un cuerpo de cuatro días de muerto y le dio vida. Vida auténtica. Vida verdadera.
Cristo tiene poder para dar vida. Él puede hacer vivir a los muertos, pues renueva a la conciencia muerta y al espíritu muerto. «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11:25) son sus palabras magistrales. Él es resurrección. Él es renovación. Él es restauración. Él es vida. Permitámosle renovar nuestra vida.